lunes, 2 de junio de 2014

Pitt y Paul


El intento de asesinar a la figura del alcalde hizo saltar todas las alarmas. Una púa gigante quedó incrustada apenas a 5 centímetros de la cara del león, clavándole la melena en la pared.

La multitud que asistía al meeting de nuestro felino alcalde corría despavorida en forma de estampida, nunca mejor dicho, animal. El revuelo sirvió para camuflarse al asesino que decidió abortar la misión. Parecía el escenario perfecto para encontrar dos buenos detectives.

A la mañana siguiente, el chirriante sonido de una llamada despierta a nuestros dos protagonistas. Provenía directamente del Ayuntamiento de New Pork, donde reclamaban su ayuda para salvar la ciudad.

Creo que es el momento de presentar al dúo de detectives más efectivos del Estado. Nuestro individuo más delgado y alto responde al nombre de Pitt. Aunque la inteligencia no es su fuerte, tiene gran agilidad y destreza con las armas. El segundo y no menos importante es el rechoncho Paul, la mente pensante. Pero lo mejor y lo que hace únicos a estos dos personajes, es que son camaleones, los reyes del camuflaje. Si a esto se le une su amplia visión, gracias a sus ojos de movimientos independientes, siempre son la pareja preferente.

Estos compañeros habían resuelto todos los casos, excepto uno que seguía rondándoles la mente, la muerte del presidente. Ocurrió hace 5 años, cuando el presidente elefante sufrió un accidente en el puente Dolphin, precipitándose hacia el mar. Se consideró como lo que parecía, un accidente. Pero nuestros dos astutos inspectores pensaron diferente y perdieron 2 años de su vida intentando averiguar qué ocurrió esa mañana en el puente.

La coincidencia entre los dos sucesos hizo que el interés por resolverlo se incrementara exponencialmente. Por eso, sólo 20 minutos después de la llamada, Pitt y Paul se presentaron en el despacho del alcalde.

El león estaba muy enfurecido, nada usual en él, ya que siempre se mostraba al público de forma elegante y majestuosa. Pero esa mañana perdió los estribos. Hacía correr al miedo. Por suerte los camaleones aguantaron la tempestad hasta que el felino recuperara la cordura. No había nada más que decir, sólo que encontrara a los culpables.

Como buenos y listos detectives que eran, lo primero que hicieron fue visitar el lugar de los hechos. Allí la gente no se atrevía ni a pasar por la plaza,  todavía no habían quitado el estrado de la conferencia, incluso se podía ver el agujero de la púa en la pared. Entonces un pequeño chiguagua se acercó hacia ellos.

- ¿Qué quieres? le dijo un poco molesto Paul.
- ¿Sois policías? Yo es que estuve presente en el atentado de ayer y quería contar lo que vi. Contestó.
- Pero si entre tanta gente tú sólo verías pezuñas y patas. Dijo Pitt mofándose de su estatura.
- No señor, porque decidí subirme a aquella fuente para verlo sin que nadie me pisase. Afirmó el perro con cara avergonzada.
- Lo siento, señor Chiguagua. ¿Qué es lo que nos quería contar?
- Cuando logré alzarme por encima de todas las cabezas, vi como desde el balcón opuesto, se asomaba una masa cargada de pinchos. Era horripilante, por lo que no dejé de observar. Al minuto, arrojó una enorme púa a gran velocidad contra nuestro alcalde. Y eso fue todo. De lo demás sólo recuerdo que me pisasen muchas veces.
- Muchas gracias, nos ha servido de gran ayuda. Dijo Pitt agachándose para estrechar su mano.

La conversación iluminó la mente de Paul, que rápidamente se desplazó al depósito de pruebas donde se hallaba el arma utilizada. Cuando la vieron, no dudaron en que ésta provenía de la espalda de un puercoespín.

Sin esperar ni un segundo, buscaron en la base de dato algún puercoespín que tuviera antecedentes y por suerte, sólo encontraron uno. Todavía no había pasado ni dos horas y ya tenían al asesino. Rápidamente se presentaron en la vivienda del puercoespín y derribaron su puerta.

El golpe asustó al punzante roedor que disparó sus púas a los cuatro puntos cardinales. Corrió hacia la puerta trasera, mientras que Pitt le siguió y Paul daba la vuelta a la casa por el exterior. Cuando fue a abrir la puerta, Pitt lanzó su larga lengua sobre él atrapándolo, y a la vez pichándose toda ella. Del mismo dolor lo soltó tras derribarlo, pero lo distrajo lo suficiente para que Paul llegara por atrás y lo encañonara con su pistola.

Tras esposarlo e interrogarlo, el malvado puercoespín terminó cediendo al chantaje. Dijo que él sólo era un mandado, una pequeña pieza del jeroglífico. Afirmó que sus clientes querían una reunión para que le explicara que había salido mal y cómo arreglarlo.

Entonces Paul le prometió una condena justa por su ayuda, pero tenía asistir a dicha reunión como señuelo. Sólo ellos le acompañarían, nada de policía. Éste accedió rápidamente, que otra opción le quedaba.

Cuando el sol se escondía entre los grandes rascacielos y la oscuridad natural se veía eclipsada por tanta luz artificial, el puercoespín se dispuso a entrar en uno de los hoteles más importantes de la ciudad. Enchaquetado y nervioso tomó el ascensor hasta la suite presidencial.

Los doble P, que era como le llamaban popularmente, le seguían pasando totalmente desapercibidos. Pitt decidió escalar exteriormente hasta llegar a la habitación. Por el contrario, Paul iba vestido como un rico empresario y la verdad es que era de lo más creíble.

En la puerta de la suite había dos perros de seguridad de gran tamaño, que al ver al puercoespín, le dieron paso inmediatamente. En el interior se encontraba los animales más influyentes de New Pork:
El cerdo, que engordaba sus bolsillos controlando toda la comida rápida. La araña, dueña y señora de la mayor parte del mercado textil. El águila, reina del monopolio de transporte aéreo. El cocodrilo, el comisario inspector del cuerpo de policía. Y lo más oscuro de los suburbios, formado por la rata, líder de muchos negocios turbios como las apuestas y las drogas; la serpiente, que se dedicaba al mundo de la prostitución y clubes de ocio; y por último y presidiendo la mesa desde las tinieblas, el gran tigre.

El puercoespín temblaba como anguila en el mar. El tigre con mirada fría y tenebrosa le dijo:
- Por qué no te sientas con nosotros y hablamos.
Éste se sentó sin hacer el menor ruido.
- Explíquenos por qué ha salido todo mal. ¿POR QUÉ NO ESTÁ MUERTO? Gritó el cocodrilo.
Con voz temblorosa, el puercoespín contestó:
- Lo siento, pero estaba muy lejos y con tal potencial era muy difícil acertar.

Al mismo tiempo, Pitt ya se encontraba asomado por el balcón, quedándose atónito por la verdad que estaba recopilando, hasta un jefe suyo había sentado en aquella mesa. Mientras tanto, Paul decidió comenzar con el espectáculo, llamó a dos sexys perritas con un poco de chocolate para que aparecieran en el ascensor y distrajeran a los guardianes. El calor y lo prohibido les nublaron la mente y de repente, estaban bajando hacia la planta baja. Vía libre para el camaleón verde.

Abrió la puerta con sigilo y lentamente fue adentrándose por el pasillo, hasta llegar a la habitación principal. Allí los ánimos se estaban caldeando, por lo que Paul decidió llamar a los refuerzos y ver cómo surgía todo.

El cocodrilo veía como solución matar al puercoespín y dejar que las cosas se tranquilicen. El tigre quería darle un ultimátum y que terminara el trabajo, y los demás lo único que hacían era echarse cosas en caras unos a otros. Mientras tanto, el puercoespín estaba aterrado y muy nervioso. Entonces el cocodrilo sacó una pistola y apuntó a la cabeza del puercoespín diciendo:
- ¡TIENE QUE MORIR!

En ese momento, Paul salió de la oscuridad gritando: ¡TODOS AL SUELO!
Asustando a toda la sala y principalmente el puercoespín que con la tensión disparó inocentemente todas sus púas, mientras el cocodrilo disparó su arma. Pero la suerte no estaba del lado del policía. Una gran espina le había atravesado la garganta mientras miraba al detective. La rata también quedó herida en la pierna, mientras el águila intentó volar y se chocó con una gran lámpara de araña, que irónicamente vino a caer en la alimaña de su misma especie.

Otro que no tuvo mucha suerte fue el mismo Paul, ya que una de las púas le alcanzó su brazo derecho. Tirado en el suelo de la habitación, contemplaba con dolor como quedaban ilesos el cerdo, la serpiente y el tigre.

El cerdo no paraba de llorar, mientras que el tigre pasó de un estado temperamental a ser la mismísima cara de la muerte. De la rabia se ensañó con el cerdo, alimentando más su odio. En pocos segundos, el cuerpo inerte del omnívoro fue devorado. A su vez, la serpiente se desplazó lentamente hacia Paul, enroscando su largo cuerpo alrededor de él. 

En el momento en que la tenía frente a frente, mirándolo a los ojos, tocándole la frente con su lengua bífida, Pitt rompió el cristal de la ventana y enrolló su lengua en el cuello de la serpiente, alejando ésta del cuerpo de Paul y acercándola hacia él. Acabaron enzarzándose en una dura pelea entre ellos.

Paul respiró como pudo mientras intentaba coger su pistola que se encontraba a tan sólo medio metro, cuando el tigre de un zarpazo la apartó lo suficiente. Se acercó hacia él susurrando:
- Este es tu fin.

Paul asimiló que pronto saludaría la muerte cuando, de repente, estalla la puerta de la habitación y se llena de valerosos policías liderados por el oso, Comisario General de la Policía de New Pork. Rápidamente encañonan al tigre y a la serpiente, para la alegría de nuestros camaleones.


Los arrestan y se lo llevan mientras el resto de los policías aplauden sin cesar a Pitt y Paul que se encontraban heridos y magullados, pero sonrientes. La habitación estaba completamente manchada de sangre y muerte, pero la ciudad lucía más limpia que nunca.



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