Seguro que querrá saber más de
este personaje tan sofisticado. Su historia comienza en el momento que se
alistó en el Ejército de Tierra de los Estados Unidos, cuando su humilde
nombre, John Smith, pasó a llamarse "John Fire". Este apodo se lo
pusieron sus leales compañeros durante su período en la Guerra de Irak.
Concretamente fue su mejor amigo Walter Miller, porque solía reírse de su
extraño pelo naranja, que a juego con su ojos color miel, daba la sensación de
haber salido del mismísimo infierno.
Aunque su aspecto era
impactante, John Fire era de lo más sociable y desprendía amabilidad con sus
compañeros. Pero si has visto sus bíceps, sabrá que nadie se atrevía a
beneficiarse de su bondad. Aun así, era el mejor compañero que se podía tener.
La guerra se extendió más de
lo que muchos contaban. Algunos de los soldados no le veían sentido a esta
guerra, tan lejos de casa. En la mente de nuestro soldado, se empezó a sembrar
las dudas de si todo esto era sólo una cruel forma de que los peces gordos se
llenaran los bolsillos. Un pensamiento que cada día que pasaba se iba
incrementando más y más.
Un día como otro cualquiera,
estando en la base, la desgracia cayó sobre él. Mientras el pelotón hacía una
maratón de 20 km, de un momento a otro, BUM! El alma desgarrada de John Fire al
ver a su mejor amigo Walter, destrozado en mil pedazos a causa de una mina.
Desde ese instante ya nada volvió a ser lo mismo. La rabia se apoderó de él.
Sus ojos se inyectaron en sangre y su cara dejó al resto más impactados que la
situación. Las únicas palabras que salían de su boca eran: ¡Muerte al general!
¡MUERTE AL GENERAL! Rápidamente empezó a correr como un desquiciado a hacia el
cuartel entre las miradas atónitas del resto de sus compañeros.
El apodo "Fire", no
sólo venía por su pelo, sino también por su afición a los explosivos. John lo
asumió como parte de su personalidad, convirtiéndose nunca mejor dicho, en una
bomba de relojería para su general.
Al llegar al cuartel, se
dirigió directamente hacia el arsenal, armándose con todo tipo de granadas y
explosivos C4. Era la encarnación del diablo, su mirada transmitía calor. En
ese momento se escuchó una sirena de alarma. John Fire sabía que él tenía algo
que ver, suerte que su objetivo se encontraba a unos 50 metros de su posición.
Instantáneamente, 8 soldados cubrieron la entrada. Sólo hicieron falta dos
granadas. La muerte se cernía sobre ellos.
La bestia de fuego se dirigió
como toro enfurecido contra la casa arrollando cualquier obstáculo a su paso.
Sólo quedó uno. Una puerta de hierro que golpeó hasta que le sangraron los
nudillos. Así que decidió hacer honor a su nombre y colocó el C4 en la
cerradura. 3, 2, 1... ¡BUM! Adiós pared.
Tras los restos de fuego y de
polvo, quedó la imagen de un general del gran Ejército de los Estados Unidos
escondido debajo de la mesa de su despacho con una pistola en la mano. El general
gritó: ¿POR QUÉ LO HACES? ¿ESTÁS LOCO?
A lo que respondió Fire: ¡Juré
por mi vida proteger la bandera de los Estados Unidos mientras a ti sólo te
interesa el poder y el dinero! Mi mejor amigo, muerto por tu maldita codicia
¡LO VAS A LAMENTAR!
John se abalanzó sobre la mesa
que destruyó a base de patadas, descubriendo el cuerpo flacucho del general,
que trataba de taparse para que no le golpeara. ¡NO ME MATES! ¡NO ME MATES!-
dijo.
- Ya estás muerto. Le dijo
Fire con voz tierna.
En ese momento lo cogió del
cuello y lo arrastró contra la ventana, le ató la cortina por el cuello y lo
colgó de la lámpara. El general se movía de forma extraña, como si quisiera
llorar pero no pudiera al tener el cuello apretado. Su único hilo de esperanza
fue que la cortina era lo suficientemente larga como para que sus pies tocaran
el suelo de puntillas. Pero ese día no existía la suerte, se había alejado
varios kilómetros.
Fire al ver que no moría,
decidió poner el broche de oro, a su estilo. Con un C4 en cada mano, John Fire
se acercó lentamente al oído de su víctima y le susurró: Si no solucionas los
problemas, te acabarán explotando en la cara. Este por todo lo que te has
beneficiado con nosotros.- mientras le introduce el explosivo en el bolsillo
izquierdo. Y este otro por mi hermano Walter Hutton, que hace ya varios meses
que debería estar ¡EN CASA! Y ahora está muerto. ¡MUERTOOOO!- Gritaba Fire a la
vez que dejaba el otro C4 a los pies del desdichado general.
John saltó por la ventana,
entre la bola de fuego producida por la explosión. Su pelo estaba en llamas y
su cara un poco quemada, lográndose levantar entre un montón de escombros y
trapos ardiendo. Los soldados que contemplaron desde el exterior, no movieron
ni un sólo dedo y sus caras reflejaban una mezcla de asombro y desolación. La
bestia de fuego, antes llamada John Fire, corrió hacia el desierto y nunca se
supo más de él. Pero una cosa sí que es cierta, que el desierto no puede quemar
al fuego.
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